
Mixteca, en su lengua se autodenominaban Ñuu Dzahui, «gente de la lluvia». Mixteca es una palabra náhuatl: mixtli (nube) -tlan (lugar), «lugar de las nubes».
Hábitat: Ocuparon la región conocida como «La Mixteca» que abarca la parte occidental del actual estado de Oaxaca y parte de los estados de Guerrero y Puebla.
Debido a las distintas altitudes que alcanza el terreno, La Mixteca se subdivide en tres: Baja (Ñuiñe) norte y noroeste, Alta (Ñu Dzahui Ñuhu) centro y este, y Costa (Ñundehui), en los llanos entre la Cordillera del Sur y el Océano Pacífico.
Lengua: «Tuhun savi» (Mixteca), perteneciente al grupo de lenguas otomangues.
Área Cultural: Valle de Oaxaca (Mesoamérica).
La cultura mixteca (también, civilización mixteca) fue una cultura arqueológica prehispánica, correspondiente a los antecesores del pueblo mixteco, que tuvo sus primeras manifestaciones en el Preclásico Medio mesoamericano (ss.XII-XX a. C.) y que concluyó con la conquista española en las primeras décadas del siglo XVI de la era cristiana. El territorio histórico de este pueblo es la zona conocida como La Mixteca (Ñuu Dzahui, en mixteco antiguo), una región montañosa que se encuentra entre los actuales estados mexicanos de Puebla, Oaxaca y Guerrero.

La cronología de la cultura mixteca es una de las más extensas de Mesoamérica, por su continuidad y antigüedad. Comienza como resultado de la diversificación cultural de los pueblos de habla otomangueana, en la zona de Oaxaca. Los mixtecos compartieron numerosos rasgos culturales con sus vecinos zapotecos. De hecho, ambos pueblos se denominan a sí mismos «gente de la lluvia o de la nube». La evolución divergente de los mixtecos y los zapotecos, favorecida por el entorno ecológico, alentó la concentración urbana en las ciudades de San José Mogote y Monte Albán, mientras que en los valles de la sierra Mixteca la urbanización siguió un patrón de menores concentraciones humanas en numerosas poblaciones. Las relaciones entre mixtecos y zapotecos fueron constantes durante el Preclásico, cuando la mixteca también se incorporó definitivamente a la red de relaciones panmesoamericanas. Algunos productos mixtecos se encuentran entre los objetos de lujo hallados en el área nuclear olmeca.

Durante el periodo preclásico mesoamericano preclásico, el apogeo de Teotihuacan y Monte Albán estimuló el florecimiento de la región ñuiñe (Mixteca Baja). En ciudades como el Cerro de las Minas se han encontrado estelas que muestran un estilo de escritura que combina elementos de la escritura de Monte Albán y de Teotihuacan. La influencia de los zapotecos se observa en las numerosas urnas halladas en los sitios de la Mixteca Baja, que representan casi siempre al dios viejo del fuego. En ese mismo contexto, la Mixteca Alta vio el colapso de Yucunundahua (Huamelulpan) y la balcanización de la zona. La concentración del poder en Ñuiñe fue causa de conflictos entre las ciudades de la región y los estados de la Mixteca Alta, lo que explica la fortificación de las ciudades ñuiñe. El ocaso de la cultura ñuiñe coincide con el de Teotihuacan y Monte Albán. Al terminar el Clásico mesoamericano (ss. VII y VIII) muchos elementos de la cultura clásica de la Mixteca Baja cayeron en desuso y fueron olvidados.
A partir del siglo XIII se dan las condiciones que permitieron el florecimiento de la cultura mixteca. El temperamento político de Ocho Venado lo condujo a consolidar la presencia mixteca en La Costa. Allí fundó el reino de Tututepec (Yucudzáa) y después emprendió una campaña militar para unificar numerosos estados bajo su poder, entre ellos sitios tan importantes como Tilantongo (Ñuu Tnoo Huahi Andehui). Esto no habría sido posible sin la alianza con Cuatro Jaguar, señor de filiación nahua-tolteca que gobernaba Ñuu Cohyo (Tollan-Chollollan). El reinado de Ocho Venado concluyó con su asesinato a manos del hijo de una noble señora que a su vez había sido asesinada antes por el propio Ocho Venado.

Durante todo el Posclásico se intensificó la red de alianzas dinásticas entre los estados mixtecos y zapotecos, aunque paradójicamente aumentó la rivalidad entre ambos pueblos. Sin embargo, actuaron en conjunto para defenderse de las incursiones mexicas. México-Tenochtitlan y sus aliados se alzarían con la victoria sobre estados tan poderosos como Coixtlahuaca (Yodzo Coo), que fue incorporado como provincia tributaria del Imperio azteca. Sin embargo, Yucudzáa (Tututepec) mantuvo su independencia y ayudó a los zapotecos a resistir en el istmo de Tehuantepec. Cuando los españoles llegaron a La Mixteca, muchos señores se sometieron voluntariamente como vasallos de España y conservaron algunos privilegios. Otros señoríos intentaron resistir, pero fueron vencidos militarmente.
La religión mixteca se caracterizó por ser politeísta y animista; varios dioses representaban las fuerzas de la naturaleza y en ésta se hallaban los espíritus de los antepasados. Creían en la vida después de la muerte.

Compartían con otras religiones mesoamericanas el principio dual primigenio que dio origen al mundo como se le conoce. «El creador de todas las cosas» era una entidad que se localizaba en la parte superior del último de los cielos, el Lugar de la Dualidad. Constituía una unidad, que para manifestarse se desdoblaba y diferenciaba en sus versiones masculina y femenina, por medio de dos parejas que representaban a las energías creadoras, una habría de dar principio a los demás dioses, la otra estaría encargada de conservar lo creado. (ver Mitos de Origen Mixtecos)
A cargo del culto estaban los Yaha Yahui (sacerdotes o chamanes), de alto estatus social, respetados por supuesta capacidad de transmutar en animales y por sus poderes sobrenaturales.
Tenían sus templos para adorar a los dioses, las ofrendas generalmente consistían en copal y el sacrificio de algunos animales, junto con diferentes formas de autosacrificio, también se realizaban sacrificios humanos.
Además de los templos en los centros ceremoniales, cerros y cuevas fueron lugares sagrados, lugares de peregrinación de los mixtecos.
Las ceremonias principales de la mitología Mixteca están relacionadas con el agua; cultos en adoración a Dzahui, el Dios de la Lluvia. Los rituales “Yavi kee yuku” para pedir lluvia han perdurado en el tiempo, cada 3 de mayo -coincidiendo con la celebración católica del Día de la Cruz- los mixtecos acuden a las cuevas, y en algunos casos a las ciénagas, llevando animales, dulces, velas, flores, etc. como ofrendas.
El culto al bulto sagrado fue una importante manifestación de la religiosidad mixteca en diversos ámbitos de la comunidad. La adoración a los dioses a través de imágenes guardadas en envoltorios, llegó a conformarse como una práctica común dentro del fenómeno religioso mixteco.
Dioses Mixtecos
Dzahui. Dios de la Lluvia
Dzahui, Dzavui o Savi es el nombre que recibe el Dios de la Lluvia entre los mixtecos. Literalmente, su nombre se traduce al español como lluvia.
Divinidad de la lluvia y del agua, patrono de los mixtecos, que se consideran protegidos por este ser. Como otros dioses primigenios fue petrificado cuando el Sol (Ndicahndíí) apareció en el firmamento. A Dzahui se le identificaba especialmente con las piedras que tienen forma de gotas de agua.
Tan importante fue el culto a la lluvia para los mixtecos que su nombre nativo los califica como el «Pueblo de la Lluvia» («Ñuu Dzahui»), es decir, el pueblo elegido por Dzahui.
Tláloc es su equivalente en la cultura azteca, comparte ciertos rasgos en su representación: anteojera, bigotera y colmillos.

Escultura de Ñuu Dzahui, dios de la lluvia, deidad suprema de los mixtecos. Su presencia en el istmo de Tehuantepec alrededor de 1500 d. C., se debe a que los mexicas intentaron someter la región bajo control zapoteca. Los atributos de Dzahui son: grandes anteojeras, nariguera, orejeras y bigotera. Presenta un pectoral circular que remata en una insignia de dos cabezas
Aparece en numerosas vasijas-efigie encontradas especialmente en la Mixteca Alta. El culto de Dzahui en La Mixteca es antiquísimo, su aparición se remonta al final de Preclásico Tardío, es decir, entre los siglos V a. C. y II d. C.
Huehuetéotl
En la Mixteca Baja, la sociedad ñuiñe se caracterizó por el culto al dios viejo del fuego, Huehuetéotl. Se ha especulado con la posibilidad de que su culto haya sido uno de los primeros en tomar forma en Mesoamérica, puesto que sus representaciones se han encontrado en poblaciones tan antiguas como Cuicuilco.
El culto al fuego en la Mixteca Baja también se refleja en la toponimia de la región: Ñuiñe, que es el topónimo mixteco de la zona quiere decir Tierra caliente. Las representaciones ñuiñe de la divinidad del fuego comparten con otras representaciones mesoamericanas de la misma divinidad varios atributos. Se representa como un anciano en posición sedente, que carga sobre la cabeza un gran brasero. En algunas efigies obtenidas en Cerro de las Minas, el dios mixteco del fuego aparece sosteniendo entre las manos sahumadores o vasijas especiales para encender tabaco.
El fuego estableció un elemento deificado que tuvo un sitio privilegiado en la cosmovisión mexica, porque su presencia destaca como motivo central en sus mitos y ritos. El fuego para los mexicas fue el símbolo del ciclo de cincuenta y dos años. Por eso, el hecho de encenderlo constituyó un acto ritual que repetía la cosmogonía y representaba la renovación de la vida; en consecuencia, el fuego fue considerado el regenerador del mundo. De igual manera, purificaba y atribuía de forma sagrada a tiempos y espacios, sobre todo cuando se restauraba ritualmente la vida social al inicio de cada ciclo.
En la cosmovisión mexica el dios del fuego estuvo presente en los tres sectores verticales del cosmos y en las cuatro direcciones del plano terrestre. En el cielo, el dios del fuego fue identificado con el sol. La analogía del fuego con el astro rey hizo equiparables los conceptos de cocción y maduración, funciones que estas dos entidades sagradas realizaban respectivamente. Por otro lado, algunas de sus advocaciones se referían al inframundo, por lo que éstas se relacionaban con la muerte. En ese sector su acción fertilizadora y transformadora traía como consecuencia la liberación de las plantas del mundo muerto para propiciar su resurgimiento. Además, al asociarlo con acciones tales como la purificación, la transformación y la regeneración, todas ellas dadas en el preciso momento de la transición, fue el encargado de propiciar los cambios en el mundo, por lo que el fuego, como elemento sacralizado, definía y enlazaba los diversos ciclos y procesos sociales, naturales, rituales y míticos.
Asimismo, los mexicas lo consideraron como uno de los principios fundadores del mundo, unido al concepto de inicio, pues fue el responsable de la creación del sol, astro imprescindible para la vida del mundo y de los seres que habitan en él. Por otra parte, tuvo la facultad de cohesionar a la familia, a la sociedad y al universo por encontrarse localizado en el centro, sitio desde donde ejercía principalmente su poder transformador y regenerador.
En la cultura azteca es conocido como Huehuetéotl-Xiuhtecuhtli, dios viejo y del fuego. Habitaba en el centro del universo. Se le representaba como un anciano arrugado, desdentado y encorvado que cargaba un enorme brasero.
Bultos sagrados
(Tomado de “Religiosidad y bultos sagrados en la Mixteca prehispánica”. Manuel A. Hermann Lejarazu)
El culto al bulto sagrado es una de las actividades rituales que se llegaron a practicar de manera frecuente en diversas partes de Mesoamérica. Existen numerosas representaciones y descripciones de bultos sagrados en estelas, dinteles, códices y manuscritos del mundo nahua, maya, quiché, zapoteco y mixteco, lo que demuestra su gran importancia como fenómeno religioso a través del tiempo. Particularmente, en los códices mixtecos se han documentado diversos tipos de bultos que aluden a las deidades asociadas con ellos, aunque en otras ocasiones los fardos están relacionados con objetos o instrumentos empleados en alguna ceremonia en particular.

a) Nutall; b) Colombino; c) Bodley
Los bultos en los códices mixtecos aparecen frecuentemente representados en forma redonda u ovalada, por lo que, al parecer, reflejan una imagen naturalista de los envoltorios reales que se resguardaban en los templos . Aunque es difícil saberlo con entera certeza —pues únicamente podemos basarnos en las descripciones de algunas fuentes o en las figuras plasmadas en los códices—, creemos, en general, que la mayoría de los bultos tenían este aspecto redondo y voluminoso a causa de los materiales que le daban forma.
Los bultos sagrados aparecen en las pictografías mixtecas como objetos elaborados a partir de mantas blancas que pueden presentarse en forma redonda u ovalada. Sin embargo, también llegan a registrarse bultos en colores rojo, azul u ocre, dependiendo del códice que los muestra.
El culto al bulto sagrado fue una importante manifestación de la religiosidad mixteca en diversos ámbitos de la comunidad. Es probable que el culto a los dioses mixtecos se hacía principalmente a través de las imágenes guardadas en envoltorios, lo que llegó a conformarse como una práctica común dentro del fenómeno religioso mixteco.
Es posible que haya existido una relación directa entre el color del bulto con el contenido específico del mismo. No obstante, en el Códice Nutall, por ejemplo, no parece existir relación al respecto, ya que a lo largo de dicho códice todos los bultos sagrados aparecen invariablemente con mantas blancas y lo único que los diferencia es la imagen o figura colocada en la parte superior del bulto, como se observa en los casos de los fardos de 9-Viento y el que contiene los elementos para hacer fuego.
Lo que en definitiva sí creemos haber comprobado es la existencia de distintas clases de bultos dedicados a un ritual, ceremonia o deidad en particular con una orientación religiosa específica. Tal es el caso de las ofrendas y autosacrificios efectuados por los gobernantes a los envoltorios en sus ceremonias previas de entronización, hecho que les significaba la legitimación de su alto estatus y su pertenencia a un linaje que en ese momento gobernaba en el pueblo. Como objetos centrales en los rituales y ceremonias de entronización, los señores rendían culto a sus antepasados, a los fundadores de su dinastía, lo que les permitía llegar al poder y contar con la prerrogativa de gobernar como una facultad heredada de los ancestros.
Otra clase de bultos involucra directamente a la comunidad. Estos fardos guardaban deidades o símbolos que identificaban a todo el pueblo bajo un culto en común y que eran adorados en las fiestas y ceremonias religiosas para propiciar las buenas cosechas y beneficiar las siembras. Recordemos, por ejemplo, al bulto de Dzavui y al bulto de maíz que aparecen en el Códice Selden, objetos que seguramente formaban parte de las fiestas o ceremonias que involucraban a toda la comunidad. La imagen de Dzavui, conservada en un envoltorio, era sin duda ofrendada por los sacerdotes para la petición de la lluvia y de los buenos temporales durante los ritos colectivos. El bulto de maíz, a su vez, nos recuerda la narración de Burgoa acerca de la existencia de un culto comunitario a la mazorca para agradecer las buenas cosechas y propiciar mejores siembras en el siguiente periodo calendárico.

Los envoltorios eran cargados y transportados en peregrinaciones desde tiempos primordiales para la fundación del pueblo o señorío, contenían los instrumentos para encender el fuego que consagraba ritualmente el espacio divino para la instauración de la nueva comunidad; en otros se guardaba la reliquia o imagen de la deidad protectora del linaje.
Había bultos que servían para ser llevados a la guerra y dotar a algunos gobernantes de mayor poder durante el conflicto y garantizar su victoria ante sus enemigos. La asociación de un bulto de Ñuhu con una flecha y un escudo tal vez nos indica el concepto de la guerra como una actividad sagrada en la que las fuerzas o seres divinos moraban en los objetos llevados a la guerra.
En el caso de los fardos que pertenecían a los gobernantes para su consulta, adoración o protección personal y familiar, podríamos pensar que en ellos se encontraban deidades patronas del linaje o de la dinastía.
Todo ello nos permite demostrar la complejidad de la religiosidad mixteca manifestada a través del bulto sagrado o tnani. Hemos considerado la posibilidad de que los envoltorios hayan sido el elemento central de la religión mixteca y, tal vez, de la tradición oaxaqueña en general pues, al parecer, en toda esta región se encuentran indicios de un culto bastante extendido a los dioses-bultos.
Fuentes: