
El arriero, la serpiente y la zorra (1)

Jui, jui, jui; silbaba alegremente un arriero, mientras conducía su rebaño de llamas cargadas de maíz. Era muy temprano y no se veía un pastor ni un chacarero todavía, por esos lugares.
De pronto oyó otro silbido exactamente igual al suyo; como si alguien le contestara. Miró a su alrededor, pero no distinguió a nadie.
–Me habrá parecido; dijo, y siguió andando; mas en seguida volvió a escuchar con toda claridad:
Jui, jui, jui.
El sonido venía del lado del cerro.
–Será el viento que quiere burlarse de mí y que está silbando entre las peñas, pensó; pero de nuevo sintió el jui, jui, jui; muy cerca de él. Miró entonces hacia las rocas y vio una serpiente aprisionada por un árbol que había caído sobre ella.
La infeliz no podía moverse pues el tronco la oprimía de tal manera, que casi no la dejaba respirar. La culebra tenía la boca inmensamente abierta y la larga lengua colgábale por lo menos una cuarta, fuera del hocico.
Acercóse a ella el arriero y escuchó que le decía con voz tan débil, que parecía
un suspiro:
–Por favor, sácame de aquí; yo te lo agradeceré siempre y seré tu amiga. Mira que si me dejas como estoy, moriré dentro de unos momentos.
Al arriero no le gustaban las culebras; había oído decir que eran ingratas y crueles, pero como tenía muy buen corazón, se compadeció de la infeliz y tomando la soga con que amarraba sus fardos, la ató al árbol y comenzó a tirar de ella, hasta que el animal quedó libre.
Sacudióse la serpiente, respiró muy largo y cuando el arriero esperaba que le diera las gracias por el favor tan grande que acababa de hacerle, vio que se le acercaba rápidamente, que se abalanzaba sobre él y sintió que se arrollaba a su cuerpo y comenzaba a estrujarlo.
Era muy larga y fuerte la culebra. Se había envuelto alrededor del pecho del infeliz y lo ajustaba más, a cada instante.
–¡Suéltame, no seas ingrata, acabo de salvarte la vida y me pagas así!, gritó el arriero.
–¡Qué salvarme la vida, ni que nada!, contestó ella. Lo único que yo sé, es que tengo mucha hambre y que me gusta más la carne humana, que la de llamas.
El pobre hombre agitaba manos y pies, tratando de librarse; pero todo era inútil.
–¡Suéltame, ingrata!, dijo por última vez, ya sin fuerzas y medio ahogado.
En eso, asomó detrás de una roca un afilado hociquillo; luego dejóse ver una cabeza, y por fin, apareció el cuerpo de una zorra.
–¡Hola, hola!, dijo la recién llegada, con voz burlona. ¿qué es esto? ¡Doña culebra queriendo comerse al pobre arriero! ¿Oye, podrías decirme, sino es indiscreción, qué daño te ha hecho este buen hombre?
–¡A mí!; daño ninguno, respondió la serpiente, moviendo su fina lengüecilla. Cuando yo estoy con hambre y encuentro alguna presa, no necesito que me haya hecho daño, para comérmela.
–¡Esta serpiente es una malagradecida!; exclamó el arriero, con la poca voz que le quedaba; y ya casi agonizando, agregó: ¡Acabo de salvarle la vida y ve cómo me corresponde!
–Bueno, es verdad; pero tal vez yo sola hubiera podido salir de debajo del árbol si tú no lo hubieras arrimado, dijo la serpiente.
–¡Mentira, jamás habrías logrado librarte sin mi ayuda!, respondió el infeliz, respirando a duras penas.
La zorra entonces, levantó los ojos al cielo, pensativa luego miró hacia abajo, en seguida movió de derecha a izquierda su fino hociquillo y dijo:
–A ver, a ver; este asunto es un poco enredado y no logro comprenderlo. Mira, culebra, ponte debajo del tronco, como estabas y tú, arriero, has en seguida lo mismo que hiciste hace un momento, para salvarla. Solo viéndolo con mis propios ojos, podré entenderlo y decidir cuál de los dos tiene razón.
–Bueno, así lo haremos, contestó la culebra y soltando su presa, se deslizó rápidamente hasta llegar junto al tronco.
Entonces el hombre ató de nuevo el árbol con la soga y, tirando con gran trabajo, logró colocarlo sobre el cuello del animal, en la misma forma en que lo había encontrado. Inmediatamente, la serpiente abrió la boca y comenzó a asfixiarse.
–¿Así era como estabas?, preguntóle en seguida la zorra.
–Sí, respondió ella con una voz tan delgadita que apenas se le oía.
–¿Pero tienes seguridad de que era de ese modo?, interrogó nuevamente la zorra.
–Sí, volvió a contestar la serpiente, con un débil resuello, pues se estaba ahogando.
La zorra, entonces, miró al hombre, llena de picardía, le guiñó un ojo y le dijo:
–Querido arriero, tu enemiga está presa. ¿Dime, qué esperas ahora: volver a liberarla para que te dé muerte o para que devore a otra persona? No seas tonto, desata tu cuerda y vete tranquilo a tu pueblo. Esta infame no merece que la salven, pues lo único que sabe es hacer daño. El buen hombre, al escuchar estas palabras tan sabias, desató la soga, estrechó la pata que su consejera le tendía y tras de darle las gracias, arreó alegremente el rebaño de llamas y siguió su camino.
Entonces la zorra, moviendo la cola, pasó contoneándose delante de la serpiente, sin mirarla siquiera y tomó la senda que llevaba al pueblo vecino, donde iba a visitar a una comadre.
Del zorro y de la joven (2)

En una comunidad muy lejana vivía una joven con sus padres. Ella pastaba las ovejas de la familia. También las cuidaba de noche. Por cuidarlas no dormía en su cuarto, sino en una chocita que había en la cabecera del corral.
Un muchacho delgado llegaba a visitarla todas las noches.
Primero como amigo, después como enamorado. Los padres no sabían de estas andanzas de su hija. El muchacho no quería que ella les avisara.
–Yo quiero vivir siempre contigo, pero a ocultas le decía el joven.
Y siguió visitándola de noche, solo de noche.
Un día, conversando con sus padres, la muchacha les habló del joven.
–Esta noche iré a conocerlo, le dijo su padre.
Dicho y hecho, el padre se presentó en la choza.
–Solo estoy acompañando a mi hermanita, le mintió el joven, convidándole un poco de coca.
Cuando el padre recibió la coca, el joven se animó a decirle:
–Señor, la verdad es que yo estoy enamorado de su hija y quisiera vivir con ella.
–Si es así, vamos a hablar pues: ¿Tienes padre y madre?
–No –dijo el joven, soy huérfano.
–¿Tienes ganado? –siguió preguntando el padre.
–Bastante, mucho ganado. Me los pastan varias gentes, en varios lugares.
–¿Tienes casa?
–Casa más bien no tengo. Paso mi vida en una casa y en otra, de amigos.
El padre estaba satisfecho con el joven y dio su consentimiento para que viva con su hija. Después de algún tiempo, él mismo los casaría.
El joven se portaba bien, pero era un poco extraño, se iba a trabajar siempre a medianoche y al amanecer volvía arreando ovejas. Decía que estaba juntando las ovejas que tenía encargadas. Y se veía que tenía bastantes, porque ya casi ni cabían en el corral de su novia.
Los padres empezaron los preparativos de la boda, buscaron padrinos, hablaron con el cura.
El día del matrimonio, empezaron a tocar las campanas de la iglesia. El joven, asustado con ese ruido, le dijo a su novia:
–Has callar ese burro viejo, que no grite, le tengo miedo como al diablo.
–No es ningún burro viejo, lo calmó la joven, son las campanas que están llamando a la gente para que vengan a vernos.
Pero toda la ceremonia el joven estuvo asustado.
Después de la boda fueron a la casa de la novia. Allí bailaron toda la noche.
Al amanecer llegaron otros invitados, vinieron reventando cuetes, como es costumbre. El joven se acercó a la muchacha y, muy asustado, le dijo:
–Diles que no revienten cuetes. Me da mucho miedo ese ruido.
La muchacha, que estaba muy alegre, le dijo:
-Déjalos, los cuetes son para celebrarnos.
Pero el joven estaba temblando y, cuando los invitados reventaron más cuetes, ya no pudo resistir: saltó por encima de la mesa. Los invitados vieron cómo en el aire el joven se transformaba en zorro. Y huía perseguido por los perros.
Su ropa quedó en la silla.
–¡Qué desgracia estoy viviendo!, gritó el padre de la joven.
–Debiste averiguar bien con quién casabas a tu hija , le dijeron los invitados–
¡Cómo no te diste cuenta que ese joven era un zorro!
Después, ya más calmado, el padre dijo:
–Si ahora se presentara alguien, un viajero, con ése yo casaría a mi hija.
Y da la casualidad que por el camino pasaba
un joven viajero con su atado. El padre lo llamó.
–Joven, le dijo, mi hija estaba en matrimonio y se ha visto burlada. Vive tú con ella, sé hijo de esta casa.
La joven era bonita, el viajero la miró y aceptó vivir con ella. La fiesta volvió a animarse y continuó hasta el anochecer.
Pero desde entonces, todas las noches, el zorro regresaba a sacar las ovejas que había traído antes. Cada noche se llevaba dos o tres. Pusieron perros, pero siempre desaparecían las ovejas. Dos o tres, cada noche.
El joven y el zorro (3)

Antiguamente se iba a pie a todas partes y la carga se llevaba al lomo de llama. No había como ahora carros y toda clase de medios de transporte.
Cuentan que en un pueblo de aquella época había un muchacho que viajaba muy a menudo. Por lo general hacía sus viajes rápidamente y sin problemas.
Era él un joven de unos diecinueve años, de contextura robusta y carácter
amable que por encargo del mallku del pueblo debía llevar y traer la
correspondencia.
Un día se le presentó por la mañana en su casa el jilacata para que llevara
con mucha urgencia un comunicado del pueblo rojo para el pueblo blanco.
De prisa se preparó el joven, se puso el chullo, el poncho, enrolló una frazada
y partió llevando en una bolsa las provisiones de maíz tostado y cañihua
molida.
Caminó toda la mañana por las quebradas, pampas y laderas y, antes de cruzar
la apacheta se sentó en lo alto de una roca y sacando su chuspa tomó en sus manos un puñado de hojas de coca y las sopló en dirección a los achachilas de los cerros, pidiéndoles no encontrarse con algún espíritu maligno, y que el viaje fuera rápido y sin contratiempos.
Después de encomendarse siguió caminando con dirección a la cumbre de la apacheta y antes de llegar a ella cogió unas piedrecillas para dejarlas entre los montículos de piedras y, mientras oraba mentalmente suplicando para que no le pasara ninguna desgracia, dejó todas las preocupaciones y penas junto con las piedritas.
Al pie de los montones de rocas de la apacheta había un zorro sentado en dirección a la puesta del sol, en actitud de estar contemplando el paisaje.
El joven, al ver al animal, quiso atraparlo, pero de inmediato recordó las historias de su abuela. Tropezar con el zorro era de mal agüero. Estos animales aparecen solo para atraer una desgracia. Finalmente, decidió disparar con su honda una piedra haciéndola caer en la cadera del zorro, que se marchó cojeando y aullando de dolor.
El joven siguió su camino. Más tarde el cielo se nubló y amenazaba la lluvia. Viendo esto apuró el paso para llegar a un tambo antes que cayera la noche. Al llegar a una hondonada vio caminando delante de él a una muchacha de pollera amarilla y manta de vicuña que llevaba el sombrero medio caído y estaba ovillando una madeja de lana. El joven se dirigió a darle el alcance y una vez a su lado, mirándola con un poco de timidez, le dijo:
–Hola hermana mía, ¿adónde vas? ¿Te diriges al pueblo de Qullana tú también? Yo voy allá a dejar unos avisos. No recuerdo haberte visto antes.
–¿Nos conocemos?
–Ahora tú solo piensas en Jesusa. Tú eres hijo de la señora Antuca. Cuando éramos niños juntos jugábamos a las escondidas. A mí en la casa me llamaban Chanaca, respondió la chica.
El joven le explicó que ya no veía a esa muchacha ni se acordaba de ella porque desde que había empezado a trabajar, no tenía tiempo para nada más.
Así hablando, bromeando y recordando los juegos de cuando eran niños caminaban sin llegar al tambo. Ya iba anocheciendo y, aunque andaban y andaban, no avanzaban nada.
La chica era bonita, simpática y graciosa, sabía hacer reír y su conversación era entretenida. Además, tenía los ojos lindos.
–Querido hermano, dijo al cabo de un rato la joven, no creo que sea bueno que sigamos caminando. Mejor nos quedamos a dormir en estos lugares.
Aceptó el muchacho pues le pareció una idea prudente y luego de acomodarse desenvolvió su atado y le invitó de su fiambre a la chica que más bien le pidió hojas de coca para mascar. Él tomó unas cuantas hojas y se las dio mientras pensaba en la noche placentera e inolvidable que estaba por vivir.
Luego se acostaron sobre su poncho y se juntaron para abrigarse y protegerse mejor del frío. Cuando el joven se disponía a abrazarla la muchacha gritó:
–¡Ananay!, ¡ananay! ¡No me toques ahí hermano!
–¡Cariño de mis ojos! ¿Por qué no he de abrazarte? ¿Qué sucede?, dijo el joven abrazándola aún más fuerte.
–¡Ananay!¡ananay! Esa es mi cadera que me está doliendo. ¿No te acuerdas que me heriste con tu honda?
El muchacho confundido y pensando que se trataba de otra broma le explicó que jamás había hecho ni haría tal cosa. Pero la joven aclaró:
–Hoy día por la mañana en la apacheta me tiraste con tu honda.
¡Recuerda!
Recién entonces el joven recordó la escena del zorro y también los relatos de su abuela de cómo los espíritus malos aparecían convertidos en personas. Entonces le invadió el miedo, se le erizaron los cabellos y tartamudeó:
–Pe – pe- pero ¿Tú eres ese zorro?
En ese instante sucedió la transformación dentro de las cobijas. La bella muchacha volvió a ser lo que era: un zorro que mostraba los dientes amenazantes.
El joven se quedó primero atónito y después salió corriendo como loco y se perdió en la oscuridad de la noche.
Eso nos enseña que no hay que encariñarse con las personas desconocidas. Asimismo que si en un viaje uno tropieza con animales de mal agüero no debe molestarlos para no ser víctimas de desgracias. Hay que ser prudentes y retirarse del camino y en las noches es bueno andar cantando y silbando, porque los espíritus de la otra vida se llevan el alma y el cuerpo.
- Enriqueta Herrera Gray, “De Leyendas y Fábulas peruanas”, Lima, 1963, pp. 69-72. En: César Toro Montalvo, comp.Mitos y Leyendas del Perú, Tomo I, Costa, 2000, 1ra. Edición, 1ra. Reimpresión ,1997, pp. 197-198. El compilador considera leyenda a este cuento.
- Luis Enrique López y otros, Había una vez, Lima-Puno, Edición Rosario Rey de Castro,pp. 31-34.
- El pueblo aymara del Qollasuyu, Tierra y tiempo eternos, Libros Peruanos S.A., segundo volumen, Puno, 1990, pp. 42-45

El zorro, un personaje que esta con frecuencia en nuestra literatura, tanto en el pasado como en el presente y en diferentes formatos. El zorro ha sido siempre un personaje muy popular de la literatura, una fuente de inspiración para los cuentos, el folklore, la mitología, los ritos etc. El zorro esta también asociado a la religión y cosmovisión del hombre prehispánico. Durante siglos, las astucias del zorro han despertado la curiosidad del ser humano. Al zorro le conocemos desde nuestra infancia gracias a los cuentos, las fábulas y las leyendas, como uno de los animales más astutos que siempre acaba engañando a los más fuertes y tontos o por el contrario es el burlado por animales más pequeños y más inteligentes que él.
En América latina, el zorro y el conejo, que representan la astucia y la picardía, son dos de los personajes en torno a los cuales giran la mayor cantidad de fábulas. Dependiendo del país, el zorro recibe diferentes nombres En Perú y Bolivia se los conoce como Atój, Antoño, qamaqe. En Colombia y Ecuador como Tía Zorra. En la Argentina se conoce al zorro como Don Juan el Zorro. Un aspecto muy importante es la enorme cantidad de cuentos sobre el zorro que aún permanecen en la oralidad de las diferentes culturas y pueblos, solo un grupo reducido ha pasado a la forma impresa. Destacamos un libro de la coedición latinoamericana “Cuentos de enredos y travesuras” que contiene cuentos de 12 países apoyo de UNESCO y Cerlacy en el que se destaca la presencia del zorro.
Extraido de: “Tras las huellas del zorro. Una aproximación a la presencia del zorro en la literatura infantil” de Liliana De la Quintana
https://www.ablij.com/investigacion/tras-las-huellas-del-zorro-una-aproximacion-a-la-presencia-del-zorro-en-la-literatura-infantil