
La Ciudad Blanca o «Ciudad del Dios Mono», es un sitio arqueológico en el Oriente de la república de Honduras. Primeramente contemplada como una leyenda fantástica, luego como un mito de una civilización con esplendor que desapareció misteriosamente y en la actualidad convertida en centro de estudios arqueológicos.
La Historia precolombina indica cuales eran las civilizaciones que habitaban lo que hoy es la república de Honduras. Si bien es cierto que al territorio conocido lo denominaban los nativos como Hibueras y otros Guaymuras; fue por medio de los conquistadores españoles, que le quedó el nombre Honduras.
De los pueblos indígenas prehispánicos conocidos en el istmo centroamericano, los más notables fueron los Mayas, los Lencas, los Chibchas, los Misquitos (mosquitos), los Payas, etc. de descendencia e influencia Nahuatl, Nahuas, Quechuas, Toltecas, Aztecas, entre otros. La tenencia de la tierra indica cuales fueron sus naciones y territorios fronterizos, su organización de gobierno, lengua y hasta sus vestigios.
Los españoles empezaron la conquista de América a partir de 1492, comenzando así las posesiones territoriales y sometimiento de los indígenas. A partir de la colonización se emprendió también la exploración de aquellos sitios, a cuyos oídos de los avaros españoles escuchaban de parte de indígenas esclavos que en el nuevo continente se decía que existía la «Ciudad del Oro» o «la fuente de la vida eterna» mitología o realidad, fue buscada en Nueva Galicia (América del Norte), Nueva España, Nueva Granada y Reino de Tierra Firme, (América del Sur) y hasta en la América Insular, sin rastros algunos de tales sitios de los cuales se crearon leyendas fantásticas sobre los mismos, de acuerdo a cuantos exploradores y buscadores de tesoros perdían la vida en su afán por encontrarlos.
Es así, que el Obispo de Trujillo, el español Cristóbal de Pedraza denominado el «Protector de Indios» comenzó su andadura por su jurisdicción territorial, conociendo los nativos y procurando que sus paisanos, no continuasen en lo rentable que era el hacerlos esclavos. Pedraza envió sendas notas al Rey de España y asimismo a los altos mandos en América y Nueva España. Fue en una nota de esas, que el obispo menciono haber estado en una ciudad indígena extraña y que sus edificios eran totalmente blancos, situada al oriente de Comayagua, dicho relato llegó a oídos de Hernán Cortés que se embarcó en la travesía de encontrarla por su cuenta, Cortés fracaso en el intento, como otros muchos y es así como nació la Leyenda de la Ciudad Blanca o Ciudad del Dios Mono.

Mosquitia hondureña, también llamada La Costa de Mosquitos
Los Misterios de la Mosquitia hondureña: La Ciudad del Dios Mono.
Theodore Morde.
Artículo publicado el 22 de septiembre de 1940 en The American Weekly revista de los sábados de The Milwaukee Sentinel con el título «In the lost city of ancient America´s Monkey God».
En 1939, Theodore Morde, luego de cinco meses internado en la selva, aseguró haber encontrada la mítica ciudad, que indicó estaba dedicada al Dios Mono.
Inundaciones le impidieron realizar excavaciones, retornando con objetos para probar su hallazgo. En 1940 publicó un artículo, relatando su experiencia, en un semanario norteamericano con el título «In the lost city of ancient America´s Monkey God».
Falleció sin cumplir su promesa de regresar y sin revelar la ubicación de la «Ciudad Perdida del Dios Mono»
Theodore A. «Ted» Morde nacido el 18 de mayo de 1911, fue aventurero, explorador, diplomático, espía, periodista y productor de noticias de televisión.
Hay muchos misterios acerca de Morde y su expedición, que incluso llegan a diferentes versiones sobre su muerte
El 26 de junio de 1954, Morde fue encontrado colgando de la ducha de la casa de sus padres en Dartmouth, Massachusetts. Su muerte fue declarada suicidio por el médico forense. (Algunas fuentes normalmente confiables, escritas mucho después, informan que Morde había sido atropellado por un automóvil en Londres, Inglaterra, «poco después» de su expedición a Honduras).
(Traducción realizada en 1950 por iniciativa de Julio Rodríguez Ayestas, director del Archivo Nacional de Honduras.)
Estoy convencido de que hemos encontrado el lugar en que estuvo en un tiempo la legendaria ciudad perdida del Mono-Dios, la antigua capital de los extintos Chorotegas, cuya civilización es quizá más vieja que la de los mayas y los aztecas. Los relatos que se refieren a este pueblo indio han despertado tanto el interés de los exploradores que muchos de éstos se han internado en las intrincadas selvas hondureñas en atrevidas investigaciones.
Ciudad Blanca o del Dios Mono: ¿Ciudad o civilización perdida?
Dimos con la ciudad después de haber penetrado en el inexplorado territorio de la Mosquitia, donde la traicionera y tupida vegetación se extiende hasta las mismas márgenes de los ríos y donde la temida malaria, las mortíferas serpientes, los insectos dañinos y las fieras acechan donde quiera a cualquiera que se aventure más allá de la estrecha faja de tierra llamada Costa de la Esperanza Perdida, que bordea las hermosas aguas azules del Mar Caribe.
Durante cinco meses, la expedición del Museo del Indio Americano de la Fundación Heye de Nueva York, navegó impulsándose con remo o pértigas por los inexplorados ríos y arroyos que se precipitan en las altas cordilleras montañosas de Honduras. Navegando cientos de millas en piraguas y abriendo a filo de hacha y machetes senderos a través de la densa vegetación selvática llegamos, por fin, a las ruinas de la ciudad perdida del Mono-Dios.
En el lugar era ideal para una ciudad semejante. Las elevadas montañas formaban en fondo de la escena. Cerca de allí, una rápida catarata, hermosa como un vestido de refulgentes joyas, se precipitaba en el verde Valle de las ruinas Las aves resplandecientes como gemas, revoloteaban de árbol en árbol y los monitos, asomaban sus hociquillos mirándonos con curiosidad desde el denso follaje que nos rodeaba.
No puedo precisar de lo que he hecho la ubicación de la Ciudad del Mono-Dios porque, como ya he dicho, son muchos los que la buscan, atraídos por los relatos que hablan de tesoros, y nosotros queremos encontrarla intacta en nuestro próximo viaje, que será muy pronto. En esa ocasión, esperamos descubrir el Gran Templo y desenmarañar, entre otras cosas, el misterio del parecido de este prehistórico Mono-Dios americano con el Mono-Dios Hanuman, adorado desde hace decenas de siglos en la India.
Las hazañas de Hanuman se cuentan en el Ramayana, uno de los textos sagrados hindúes. Su gran templo se encuentra en Benarés, donde sus sacerdotes cuidan y alimentan a los monos sagrados. Sobre Hanuman y su poder se habla algo en la inolvidable obra de Rudyard Kipling “La Marca de la Bestia”, la cual cuenta lo que sucedió al borracho Fleete cuando pegó su tabaco encendido a la frente de la imagen en piedra roja de Hanuman y como, a una orden del sacerdote leproso, el beodo comió y lloró y corrió a gatas y despidió el mismo hedor de un leopardo hasta que se retiró la maldición.
Hanuman es peculiarmente venerado en la India porque figuró de manera principal en las grandes batallas del héroe Rama, que era la octava encarnación de Vichnú, el Creador, y su bella esposa Sita. Las hazañas de fuerza y valor de Hanuman merecerán, en este mismo artículo, toda nuestra atención. Una reproducción de una lámina religiosa hindú muestra al Mono-Dios llevando a lugar seguro, protegidos en su pecho, que se había desgarrado para este fin, a Rama y a Sita.
El Mono-Dios americano tenía sus sacerdotes y quizás también sus sacrificios humanos. Las leyendas son bastantes explicitas en cuanto a esto. Pero sus monos ya no son adorados, a menos que la horripilante y misteriosa ceremonia llamada la Danza de los Monos Muertos, que describiré más adelante, sea un recuerdo tergiversado de aquella vieja forma de culto religioso.
De acuerdo con las leyes cuya posible verificación era el propósito de nuestra expedición, la muy buscada Ciudad Perdida de Mosquitia fue en un tiempo clave de una civilización cuyo pueblo habitaba toda la región. Los indios no habían hablado de vastas ruinas hoy cubiertas por la selva. En sus mentes supersticiosas, era un sitio al que no debía irse; no obstante la cual, los indios más viejos describían algunas de sus características con detalles curiosamente explícitos, que decían haber conocido por los antepasados suyos que habían visto el lugar.
Esto era así, especialmente en lo referente al Templo. Descubriríamos, según nos dijeron, una larga vía de acceso, escalonada, construida y pavimentada al estilo de las ruinas mayas que había en el norte. Efigies de monos labradas en piedra orlarían esta entrada.
El centro de Templo lo formarían un alto estrado de piedra sobre el cual estaría la estatua del Mono-Dios, frente a ella se encontraría el sitio de los sacrificios.
Inmensas balaustradas flanquearían la escalinata hasta el estrado. Una de las balaustradas comenzaría con la colosal imagen de una araña y la otra con la figura también gigantesca de un cocodrilo.
De labios de algunos viejos indios payas, la moderna tribu que vive ahora cerca de la región que explorábamos, conocimos las leyendas sobre el Mono-Dios que ellos se habían transmitido de generación en generación insistían ellos en que, a pesar de los mil o más años que hace que la vieja ciudad abandonada, se conservaba bastante bien. En la memoria de la tribu estaban bien fijas las principales características de sus maravillas.
La Ciudad Perdida estuvo habitada hace mil años o más por una antiquísima y avanzada tribu llamada de los Chorotegas. No se sabe si ellos mismos construyeron la ciudad o la arrebataron a algún otro pueblo más antiguo, ocupándola desde entonces. Tampoco se sabe mucho acerca de los Chorotegas, a excepción de lo que dicen algunos arqueólogos de que eran contemporáneos de los antiguos mayas y dominaban lo que hoy es el territorio de Mosquitia en Honduras, que entonces no se componía de pantanos y selvas, como ahora, sino de fértiles tierras.
Hábiles Constructores
Hay otros que creen que los Chorotegas existieron antes que los Mayas y que fueron, quizás los precursores de las culturas maya y azteca, que florecieron en los que es hoy México, Guatemala y el norte de Honduras.
Los Chorotegas eran muy hábiles en los trabajos de cantería, por lo que, para suerte de nosotros, erigían construcciones sólidas y perfectas. La Ciudad Del Mono-Dios estaba amurallada. Encontramos algunas de esas paredes en las cuales la magia verde de la selva había causado algunos daños, pero que, no obstante, habían resistido la avalancha de la vegetación. Seguimos uno de esos muros hasta llegar a unos montículos que tienen toda la apariencia de haber sido una vez grandes edificios.
Hay, efectivamente, varias construcciones que todavía están cubiertas por su milenaria mortaja de tierra.
Sabemos que la Ciudad Perdida era de grandes proporciones y que, en su apogeo, debió haber tenido muchos miles de habitantes.
Fueron las lluvias lo que puso fin a nuestra labor allí. Pero cuando cesen regresaremos y emprenderemos la ingente tarea de quitar la selva de encima de la ciudad. La primera tarea será el desbroce y la quema de varios cientos de acres del bosque. Solamente entonces podrán comenzar los verdaderos trabajos de excavación.
Y a juzgar por la magnitud de los trabajos necesarios para limpiar las Ruinas de Copán, se necesitarán varios años para desenterrar la Ciudad Del Mono-Dios.
¡Pero qué descubrimiento se harán durante esos años!
La danza de los monos muertos
He hablado de la Danza de los Monos Muertos y de la posibilidad de que fuera un culto religioso pervertido que se celebraba en la Ciudad Perdida mucho antes de que el Nuevo Mundo fuera descubierto por Colón. Pues a nosotros se nos permitió asistir a una de estas fiestas enteramente macabras.
Cualquiera que haya visto la cremación de los muertos en las riberas del Ganges, en la India, no olvidará jamás los desagradables escalofríos que causa el espectáculo del movimiento muscular de los cadáveres bajo la acción del fuego. Algunas veces, el cadáver se sacude y se estremece como si tuviera vida todavía, y otras se sienta, erecto a levanta un brazo rígido o encoge una pierna. En definitiva, es un espectáculo horripilante.
Y en los crematorios también los cadáveres se sientan algunas veces, o parecen tratar de escapar de sus ataúdes o hacen gestos que parecen suplicantes o amenazantes, cosas éstas que no sería conveniente que la viesen los deudos. Pero todo esto es causado por el intenso calor sobre los músculos y los tendones. El cadáver está muerto como siempre.
Pues la Danza de los Monos Muertos es algo por el estilo y los movimientos de los cadáveres de los monos se deben a la misma causa. Sin embargo, hay algo indescriptiblemente diabólico en esta ceremonia y es que, después que termina la danza, los asistentes al festín se comen los monos. Es esto, posiblemente, lo que constituye la perversión de los que probablemente era antes un rito religioso.
El nombre que los nativos dan al mono es urus, que traducido literalmente quiere decir “hijos de los hombres velludos”. Sus padres o antecesores son los ulaks, mitad hombre y mitad espíritu que vivían en la tierra, caminaban erectos y tenían la apariencia de grandes y velludos hombres monos. Los indios del territorio de Mosquitia creen todavía hoy que estas criaturas habitan las altas tierras del interior y el sur de Honduras, porque la singular Danza de los Monos Muertos es su terror.
Una vez en que nos aproximábamos a esta supuesta región de los ulaks, nuestros remeros nativos comenzaron a cuchichear entre sí. El mestizo hondureño que nos servía de intérprete nos dijo que los indios no seguirían más adelante. Nos aproximamos a la región prohibida de los “hombres velludos”.
Por nada del mundo quisieron seguir adelante. En seis horas hicieron una balsa y partieron en ella, impulsados por la corriente, dejándonos solos para que explorásemos y afrontásemos los peligros de la tierra de los ulaks.
Durante varios días nos abrimos camino a través del territorio selvático, pero nunca encontramos ni vestigios de los legendarios antropoides medio hombre.
El origen de la danza
De acuerdo con los indios más viejos, la Danza de los Monos Muertos se originó en el hecho siguiente:
Un día, tres de los hombres velludos que parecían grandes monos, entraron en una aldea indígena y raptaron a tres de las más hermosas jóvenes de aquel lugar, se llevaron a las muchachas a sus cuevas de las montañas, y las hicieron mujeres suyas. De aquellas uniones no se produjeron seres humanos o semi-humanos, sino los pequeños monos que los indios llaman urus. Y por eso es por lo que les llama a estos monitos “hijos de los hombres velludos”.
Los indios actuales creen que la singular Danza de los Monos Muertos es un rito que se celebra en venganza del secuestro de las tres vírgenes. Efectivamente, sus gustos y sus gritos mientras comen los monos asados, indican más ensañamientos sobre el enemigo caído que un mero deleite gastronómico.
Pero algunos tecnólogos que han presenciado la danza no creen que este sea el verdadero origen. El canibalismo religioso se ha practicado en todo el mundo y en todas épocas. Comiéndose el cuerpo del sacrificio, creían los salvajes consumir algo del espíritu que lo había animado. La carne era secundaria, por lo cual, lo Aztecas sacaban el corazón de los sacrificados y arrojaban a este por las escalinatas de las pirámides a los sacerdotes que los cortaban en pedazos y los distribuían entre los adoradores, a quienes servían de manjar.
Algunas veces, la unión con los dioses afectaba esta forma. En Méjico se elegía todos los años un joven físicamente perfecto para que fuese el dios Tezcatlipoca hasta el próximo. Se le adoraba como un dios cualquiera, se le daban las más hermosas doncellas, podía tener y hacer todo lo que quisiera, menos abandonar su posición, Tezcatlipoca era el dios del sol; su nombre significa “Espejo Humeante”.
Después de un año de esta “vida regalada”, el joven era sacrificado y su cuerpo era consumido por los asistentes al sacrificio, pero no se comía como alimento, así como la carne sagrada de una deidad.
Los tecnólogos creen que este rito fue copiado a los Chorotegas y quizás un sacerdote determinado al igual que el azteca Tezcotlipoca, recibía su corte de beldades y hacía las veces del Mono-Dios. Al expirar su período, el sacerdote era sacrificado y devorado de la misma manera que lo era el joven que hacía de dios del Sol.
Se cree que la versión de los indios modernos es tergiversada y apócrifa.
La caza de los monos
De todos modos, cada vez que ocurre una de las periódicas migraciones de monos a través de las selvas de Honduras, los guerreros de los indios sumus atan unas uñas endurecidas al fuego en sus largas flechas de bambú y salen a matar urus.
Cada hombre dispara a tres monos. Deberá usar solamente tres flechas. Si no vuelve con sus tres monos, ello será motivo de acre censura por parte de los otros miembros de la tribu.
De esta parte, se supone que cada indio mate el equivalente de tres hombres velludos como los que raptaron sus tres vírgenes. antepasadas.
Mientras los hombres están ausentes, cazando su trío de simios, las mujeres de la tribu se preparan para la danza. Las mujeres más viejas, sobre todo aquellas que no tienen ya dientes, juegan un importante papel en este rito, pues su misión es hacer la “Misla”, que es una variedad muy fuerte de cerveza. Las viejas brujas hacen la misla masticando cazabe y hojas de un arbusto llamado snik. Después escupen el jugo de esta mezcla en enormes tinas en forma de canoas.
Pronto se fermenta este líquido, convirtiéndose en una bebida de alto contenido alcohólico. Durante la danza, los nonos de la tribu sirven misla a los hombres. Las pequeñas doncellas se acercan a los hombres reclinados en sus hamacas y con solemne cortesía les entregan las jícaras con misla.
Cuando los hombres de la tribu regresan con sus monos (cada uno con tres) se encienden grandes hogueras formando un circulo. Las antorchas de pinos y las hogueras iluminan una grotesca escena.
El horripilante rito
De su Watla – una cabaña típica india hecha con las hojas gigantescas de un arbusto Waja – sale el principal hechicero vestido para la ocasión. Se le llama el Dama Suk ya-Tara.
No lleva más que un taparrabos, pero su cuerpo está profusamente rayado con yeso. Las franjas blancas resaltan a la luz de las hogueras. El collar-amuleto que cae sobre su pecho está confeccionado con pequeños cráneos de fetos de monos, dientes amarillos de los antepasados el hechicero, bolsas de veneno de las serpientes venenosas de la selva, largos dientes de cocodrilo y otros fetiches y símbolos rituales.
En los dedos de las manos lleva, a manera de dedales, dientes de cocodrilos gigantescos, que se abren y se cierran, como muelas de cangrejo, cuando él gesticula. En la mano derecha lleva una larga flecha en la cual va empalado un gran mono-araña.
El toque de los tambores se eleva en un crescendo y se detiene súbitamente cuando el Dama Suk-ya Tara alza los brazos y describe un circulo en el aire. Todos los presentes ya medio borrachos por la misla hacen un silencio absoluto.
El Dama Suk-ya Tara se acerca a las hogueras a grandes pasos y a una señal una larga fila de cazadores sumus, adornados todos con sus plumas, preferidas de guacamayo, refulgente sus cuerpos por el aceite de coco, se aproximan también a las llamas.
A otra señal, los broncíneos cazadores forman una gran circulo alrededor de los fuegos. Detrás de ellas se encuentran las mujeres y los hombres muy viejos ya para matar monos.
Palabras de encantamiento salen de labios del Dama Suk-ya Tara en una lengua desconocida para los indios Para ellos, el hechicero habla a los espíritus. Comienza de nuevo el redoblar de los tambores y sus notas regulares e hipnóticas vuelven a llevarse.
Entonces, abruptamente, vuelven a silenciarse los tambores, tan al unísono, que de la impresión de ser un solo instrumento el que sonaba.
Asando a los Monos
El Dama Suk-ya Tara se inclina parsimoniosamente y coloca su flecha firmemente en el suelo cerca de la hoguera más grande de todas. Entonces, con abrupto gesto, se yergue y entierra profundamente en el suelo la vara en que está empalado el mono en grotesca posición.
Uno a uno, todos los indios van hacia el mismo sitio y entierran allí una de sus flechas con el mono más grande que hayan cazado. Pronto todas las hogueras quedan rodeadas de monos empalados en las flechas, todas de frente a las llamas.
Los hombres se retiran y, presa de ansiedad, se sientan todos en círculo. En seguida comienza la grotesca danza de los monos muertos. Aquel se retuerce una mano en macabro gesto. Aquel otro mueve un hombro y más allá otro echa atrás la cabeza con gesto violento. Otro levanta una pierna como impulsado por un resorte, o tuerce el cuerpo como si estuviera en un asador.
Estos fantasmagóricos efectos producidos a la vez en cuarenta o cincuenta cadáveres de monos, a la luz de unas cuantas hogueras en plena noche selvática, nos darán una idea aproximada de los que es la Danza de los Monos Muertos.
El festín
Cuando ya ningún cadáver se mueve más, termina la danza y están completamente asados los monos. Cada sumu toma su flecha y sosteniéndola en alto, se aproxima al Dama Suk-ya Tara. Uno a uno se sitúan frente al hechicero, que está sentado con un largo tallo hueco de bambú en sus manos. Cada vez que se coloca un mono delante de él, el hechicero introduce el tubo de bambú por un ojo del animal y le chupa el líquido cerebral, esta operación, que los indios llaman beberles los pensamientos a los monos, puede hacerla solamente el Dama Suk-ya Tara.
Después de que cada guerrero ha colocado sus tres monos ante el hechicero, toda la tribu come de los animales.
Aunque las actuales tribus de Honduras – Los Mosquitos, Los Payas y los Sumus – no han conocido nunca el lenguaje escrito que pudiera haberles servido para perpetuar las hazañas de sus héroes ancestrales, como la poesía hindú del Ramayana, relata las hazañas de Hanuman, si tienen leyendas que son muy veneradas.
Una leyenda
Una de las mejores es la historia de “El Ave Sagrada de los Chorotegas”. He aquí la leyenda tal como la cuenta “El Viejo Pio”, el más viejo de los indios payas que viven actualmente.
Hace muchos años el gran dios Wampai de los Paya tenía la figura de un gran paya blanco superior. Él era el mejor nadador, el mejor corredor y el mejor guerrero de toda la tierra.
Wampai vivía en las montañas y tenía su refulgente palacio blanco cerca de los verdes picos. Altos muros blancos rodeaban el palacio y columnas como la leche, soportaban el techo. Un día, Wampai salió en busca de una esposa digna de su casa.
En su búsqueda tropezó con una encantadora doncella rubia, llamada Oru, que le sedujo con su belleza, por lo cual él la requirió de amores. Se casaron, y así fue como oru se convirtió en la orgullosa reina de todos los Payas.
Tan hermosa era Oru que todos los payas hablaban de su porte elegante, de su cuerpo juncal y de su dorada piel que brillaba como el maíz o el plátano maduro.
Hasta el espíritu maligno de los payas, que Wampai había encerrado en las profundidades de la tierra, en el “Lugar Oscuro”, se enteró de la belleza de Oru y la deseó.
Tan feliz se sentía el dios Wampai con su magnífico palacio y su joven esposa que, lleno de benevolencia, permitió que el espíritu maligno, que era un mentiroso viviera en su propia casa. Entre los payas es costumbre aun actualmente, que todo hombre a quien un amigo le confía su esposa se convierte automáticamente en hermano de sangre de este.
Pese a que el dios Wampai sabía que el espíritu maligno era un mentiroso y completamente indigno de confianza confió en él. La leyenda dice que el espíritu maligno era un hombre apuesto y de haberlo sido, pues la reina Oru compartió con él su lecho a espaldas de su marido.
El castigo de Wampai
Para facilitar el adulterio, el espíritu maligno puso en práctica un astuto ardid, haciendo que el dios Wampai saliera de cacería. Echó a rodar el rumor de que un raro antílope blanco como la nieve, andaba por aquellos contornos. Wampai, el gran cazador, debía salir en busca de tan preciada presa, pero el dios Wampai, al llegar al río que cruzaba cerca de su palacio, encontró que le habían robado su gran piragua y regresó a su casa, encontrando a su esposa Oru en brazos del espíritu maligno.
Cuando el dios Wampai sorprendió a su mujer infraganti, su ira fue terrible. Su cólera retumbo de montaña en montaña, como el trueno, asustando a todos los habitantes del reino. Después de una terrible lucha, el dios Wampai logró arrojar de nuevo al espíritu maligno al “Lugar Oscuro”, advirtiéndole que jamás volviera a asomar el rostro a la superficie de la tierra.
El dios Wampai pensó primero matar su esposa, como lo decretaba la costumbre, pero ella era tan hermosa que no se halló con valor para hacerlo. Así pues, resolvió convertirla en el ave Margarita, prohibiéndole que abandonara las montañas y el nacimiento de los ríos. Todos los años, al comenzar la estación de las lluvias, los truenos renuevan las advertencias del dios Wampi a su esposa y a su rival.
Nuestra expedición capturó dos de esos pájaros Margarita, lo cual causó consternación entre los nativos, ya que esas aves son sagradas para ellos. Estos pájaros son bellos cuando, al extender sus alas al estilo de los pavos reales, el sol se refleja en ellas y produce tonos de oro, bronce y negro, que contrastan con el plumaje del cuerpo, un gris moteado.
Otra vez Hanuman
Volvamos ahora a Hanuman el Mono-Dios de la India.
En nuestros viajes por entre las tribus payas y sumus modernas que pueblan el territorio de Mosquitia en Honduras, hemos encontrado frecuentemente indios cuyas facciones, con ojos algo oblicuos y pómulos salientes, como los chinos y los hindúes.
Es verdaderamente significativo que en un pueblo indígena americano, con estos rasgos orientales en sus rostros, el mono tenga todavía una importancia tan grande en sus ritos religiosos, prueba evidente de que sus antecesores choroteganos probablemente adoraban animales.
Hanuman era en el Oriente una especie de Paul Bunyan, por sus asombrosas hazañas de fuerza y arrojo. Pero Hanuman recibió significación religiosa por ser hijo de una ninfa y de Vayu, el dios de los vientos.
La vida del Mono-Dios se relata en las páginas de uno de los grandes libros sagrados de la India, el Ramayana, que habla de las hazañas y las aventuras del poderoso príncipe Rama. Como aliado de Rama contra las fuerzas del mal, Hanuman, y sus hordas de monos libraron innumerables batallas.
Hanuman recibió una vez el encargo de buscar en las distintas montañas del Himalaya unas yerbas determinadas con qué curar las heridas que los guerreros habían recibido en la batalla librada para rescatar de los demonios malignos a la amada esposa de Rama, Sita, al reino de las estrellas.
Adoptando un tamaño gigantesco, Hanuman anduvo de montaña en montaña hasta que llegó a aquélla en cuyas faldas crecía la yerba medicinal que él buscaba. Pero Hanuman registro en vano las faldas de las montañas en busca de las yerbas. Dándose cuenta de la urgencia con que se necesitaban las yerbas, arrancó de cuajo la montaña y sosteniéndola en una mano, la llevó al médico que curaba los heridos, quien rápidamente encontró las yerbas y compuso con ellas la pócima con que salvo a sus pacientes.
Al Mono-Dios Hanuman se le acredita también el haber creado la serie de islas que se encuentran entre Ceilán y el continente y que son conocidas con el nombre de Puente de Rama.
El demonio Ravana había raptado a Sita, la reina de las estrellas, su amante, el príncipe Rama, estaba tratando de rescatarla. Pero Sita estaba confinada en la isla de Ceilán, que está a sesenta millas del territorio continental. Para Hanuman, estas sesenta millas eran nada más que una buena zancada, por lo cual fue a la isla en cuestión a fin de cerciorarse de que allí tenían a Sita. Así lo comprobó y se informó a Rama, que esperaba en tierra firme.
Rama reunió un ejército para atacar la isla, pero afrontó un problema similar al que se le presentó a Hitler cuando pretendió atacar a Inglaterra desde el continente europeo.
Con tal motivo, el primer paso de Rama fue realizar sacrificios al Dios del Océano, para que las aguas se retiraran y permitieran que su ejército marchara hasta la isla sin mojarse.
Pero el Dios del Océano, surgiendo de las profundidades de las aguas, acompañado de algunas relucientes serpientes amarillas, se dirigió a Rama con gran respeto y pena para decirle que no podría permitir el paso de su ejército porque el océano, de acuerdo con antiquísimas leyes, no era vadeable.
No obstante, recomendó a Rama que construyera un puente para poder llegar a la isla. Rama consultó al caso con Hanuman y Nala, hijo de Wishwakarma, el divino artesano. Pusiéronse todos a trabajar con una gran cantidad de hombres y en cinco días estuvo completa la cadena de islas que unen a Ceilán con el continente a través del estrecho de sesenta millas.
El ejército atacante de Rama, compuesto de grandes monos y osos, salto de isla en isla y pronto llegó sin encontrar oposición a la capital del perverso Rakshasa, el rey de quien Sita era prisionera.
Rama se encaramó en los hombros de Hanuman y con un solo paso de este estuvieron en la isla uniéndose al ejército de aquél.
El ejército del rey Rakshasa contra atacó montando en elefantes, leones, camellos, cerdos, hienas y lobos. Llevaban armas mágicas, así como flechas, mazas, lanzas, tridentes, espadas y vigas.
El ejército de monos de Hanuman arrancaba árboles para servirse de ellos como armas y además arrojaba grandes penas para sobre el enemigo. Algunos de los componentes del ejército atacante empleaban sus largas uñas como espadas y sus enormes dientes como flechas. Rios de sangre, dice la leyenda, corrieron, pero Rama no se atemorizó. Depositó su fe en los valerosos monos, pues sabía que todos eran reencarnación de los dioses.
De la misma manera que la antiquísima Danza de los Monos Muertos, prevalece aún entre los modernos indios de la región de Mosquitia, en Honduras, muchas de sus otras costumbres actuales les han llegado de sus antepasados.
Una costumbre curiosa
Entre los indios mosquitos es costumbre actualmente que si un hombre sorprende a su esposa entregada a otro, la perdone, pero que exija a su rival, como castigo, que le entregue una buena vaca.
Si un hombre, al regresar de un viaje, sospecha de su esposa, la golpea hasta que esta confiesa. Entonces él no le presta más atención, y manda a decir al amante que espera recibir el pago de su multa en cierta fecha. El culpable jamás deja de cumplir lo que se le ordena, pues, de lo contrario, el marido burlado puede echarle veneno a su alimento o a su agua.
A la sazón de nuestra visita a Honduras, las autoridades de una tribu afrontaron un delicado problema. Un marido burlado, que había reclamado la vaca que le correspondía por tal perjuicio hacia diez años, volvió a reclamar.
Por medio de sus amigos, el marido se había enterado de que la vaca reclamada había tenido muchos terneros en el curso de aquellos diez años, por lo cual reclamaba ahora no solo la vaca sino también su prole. El problema propio para la sabiduría de Salomón estaba aún por resolverse cuando nosotros nos marchamos.
Huelga decir que apenas podemos esperar a que pasen los meses que aún faltan para que volvamos a entrar en la ciudad del Mono-Dios y comencemos a desenterrar la riqueza arqueológica de otra clase que pueda existir allí
Fuentes:
Boletín Mensual de Información Del Ministerio de Relaciones Exteriores Num. 11 y 12 – 1950, Tegucigalpa.